CENTRO CULTURAL SAN FRANCISCO SOLANO

VACACIONES EN SANGENJO

         Cierto día, Rosa y Angelito nos invitaron a Rita y a mí a pasar con ellos una semana de vacaciones en Sangenjo, en gallego Sanxenxo, perteneciente a la provincia de Pontevedra, en la ría de Pontevedra y Arosa, bañadas por el Océano Atlántico, destino turístico muy importante de Galicia, lindante con el municipio de El Grove y Meaño, en la comarca de Salnés; y con Poyo, en la comarca de Pontevedra,  junto con la tía Pilar, ya viuda, y los padres de Ángel, junto con dos hermanos.

         Los seis días comprendían cuando terminaba el mes de Mayo y principiaba el mes de Junio.

         La salida se hizo desde Móstoles, donde ellos vivían. Ángel conducía un flamante coche Mercedes color caqui, prestado, aunque él decía que se lo había comprado, a muy  buen precio, en un taller de reparación del automóvil (talleres donde, en  Madrid y periferia, suelen dejar sus coches a buen recaudo por un mes o por semanas las personas que se van de viaje fuera, sobre todo al extranjero); Rosa de copiloto; detrás de ellos, los padres y hermanos desde Ángel.

         Cuando hubo que repostar en un gasolinera de la Carretera de la Coruña, este pícaro de Ángel salió del coche todo orgulloso con un fajo de tarjetas de crédito Visa Oro de varias cajas o bancos. Cuando fue a pagar, ninguna funcionaba, así que tuvo que ir a pedirle a Rosa que le dejara la suya.

         Nosotros, con Isabel pequeña,  íbamos detrás de ellos en un coche marca Horizon, con el depósito lleno.

         El tercer piso donde íbamos a habitar por una semana se encuentra en un edificio de cinco pisos, el más alto, que da a cuatro calles, en el borde de la playa de Silgar o playa de Sangenjo. Piso que, según él, había alquilado por poco dinero a una viuda gallega, a la que habían matado a su marido e hijo en un ajuste de cuentas por la droga; a quien conoció en los Juzgados de la Plaza de Castilla, en Madrid; dándole ella las llaves, de las que hizo copias que nos dio a nosotros y a sus  hermanos.

         Cuando llegamos, nosotros los primeros, al edificio, nos llevamos la sorpresa de que todo el edificio estaba ocupado por un cartel que decía “Embargado”. Preguntando a unos señores que estaban fuera de un bar en un edifico de al lado:

-Señores  ¿ustedes saben sí aquí, en este edificio, habita alguien?

-No, de ninguna manera. Aquí no puede vivir nadie porque está precintado por culpa de la droga, nos contestaron.

         Nosotros esperamos a que llegara el Angelito y familia. Cuando llegaron y les dijimos lo que nos habían dicho, él contestó que él  estaba acreditado para poder ocuparlo, y que la mujer que se lo había alquilado vendría a saludarles, y decirnos que estuviéramos tranquilos, que aquí no pasaba nada.

         La señora, dueña del edificio comprado por la droga, toda vestida de negro de pies a cabeza, llegó y, saludándonos, nos dijo:

-No tengan cuidado. Aquí no va a pasar nada. Que pasen unos días muy felices.

         Cuando ocupamos el piso inmenso, que daba todo él a dos calles, yo le dije a Rita:

-No saquemos la ropa de las maletas; sólo lo de la  niña; por si tenemos que escapar de noche huyendo, por haber ocupado el piso.

         Rita y yo dormíamos a duermevela. De madrugada, veíamos salir a Ángel, con su padre de copiloto, y sus dos hermanos detrás, como guardaespaldas. A mí me parecían Alcapone y sus secuaces, que iban a la ría para apropiarse de lo ajeno profiriendo amenazas a los pescadores furtivos que aparecían por la ría, dado que ellos eran  guardias civiles de servicio en Portonovo, villa marinera.

         Después ya, cuando el Sol salía, les veíamos llegar al piso con botellas de aceite virgen extra de cinco litros; o con cartones de tabaco; o con bolsas de plástico con surtido de pescaditos variados. Ellos decían que los marineros, por sus caras bonitas, se lo habían regalado.

         La tía Pilar, muy hacendosa, se compraba todos los días, para comer, una buena merluza, que guisaba para ella sola. Nosotros la mirábamos con envidia y, si la pedíamos un trozo, ella nos decía:

-Os la compráis vosotros. Esta merluza es solo mía.

         La Playa a la que solíamos ir era la de La Lanzada.

         Angelito parecía que conocía a todos los hombres de los bares o restaurantes donde íbamos por la tarde noche a degustar el marisco, el plato típico de por excelencia: Zamburiñas, Pulpo,  Navajas y la Caldeirada (Caldereta) de raya, el plato más tradicional de Sanxenxo, pues nos saludaban y atendían  muy bien. Él no nos dejaba pagar,  pues pagaba con el dinero de la tía Pilar o Rosa; viviendo ellas en el engaño, haciendo verdad lo de que “el Amor es ciego”; pero, en este caso, era cegato.

         Terminadas las vacaciones, cuando regresamos a Madrid, cada uno por su lado,  Rita,  Isabel y yo sentimos un gran alivio.

DANIEL DE CULLA